Llega el invierno con sus tempestades y sus nieves, que van cubriendo nuestros corazones y adormilando su palpitar. Se congela la sangre en las venas; el fuego se comienza ya a apagar. La llama ya no baila como antes, no danza con soltura, ni se arriesga a jugar con el viento. Muere el amor congelado en un corazón frío.
La blancura cubre el paisaje como dulce veneno escondiendo todo brote verde lleno de vida. Parece que se para el tiempo y todo se resume a la velocidad de una bola de nieve que se estampa en tu cara. Ahí estas tú, en medio de la ventisca, tratando de encender una chispa que se pierde entre las cenizas del pasado. El aliento del viento en tu cara te sonroja las mejillas, húmedas por cada lagrima que brota de tus ojos. Se abre en tu pecho una llaga profunda y sincera, ardiente y helada, que aun suspira por un ultimo beso de aquello que un día fue amor.
Ahí estas tú, derritiendo la cuarta estación que se llevo la magia de la primavera. Te preguntas si aún las cenizas pueden arder. No hayas en el cielo gris respuesta, ni entre los escombros de tantos llantos y peleas, ni en los campos de amapolas que un día fueron sueño de vuestros más profundos deseos.
El silencio abraza al corazón mientras la mente enloquece, y tu alma duerme mientras muere de frío y llora por haber perdido el amor.
Volverán las flores y más primaveras, bailaran más llamas en la hoguera, será el verde la vida de los paisajes, y el cielo se tornara azul celeste de ensueño, pero nada será igual si el palpitar que da vida no se haya en la estación, si el corazón se encuentra perdido ahí en un lugar donde el invierno lo cubrió.