Es una sensación extraña. Agoniza muy dentro, como un grito silencioso que hace eco en los días. Es un nudo en la garganta que te impide tragar y te quita las ganas de comer. Te falta el aire, y hay momentos en el que el estomago se revuelve nerviso e inquieto. No puedes respirar y tu mirada resulta pérdida y desde luego, no haya en el templo. Algo se retuerce en lo más hondo, y el corazón sangra desconsolado por la pena. La cabeza intenta tomar el mando pero hay momentos en los que simplemente se cansa de ser fuerte. Todo se reduce a lagrimas derramadas o contenidas. La nada y el todo pierden su significado, como las horas y los días, que pasan, como pasa la vida, sin darte cuenta.
Sonríes tímido. Ríes lo suficiente. Piensas sin quererlo. Mueres intentando vivir. La noches se convierten en el refugio, y aun así, no duermes, solo sueñas o te hundes en la desesperación de la pesadilla. Parece que no haya nada más. Sientes un vacio muy grande y el vaso no esta si quiera medio lleno. No encuentras respuestas. El silencio asesina cada ruido. Puede que estes solo. Puede que no. La impotencia te recome sin piedad. La culpabilidad caba su tumba. A pesar de todo la esperanza, armada con escudo y espada te anima a seguir adelante, y tú lo haces desorientado. La vida te obliga a ser fuerte. Hay pocas opciones. Tendras que aprender a vivir con esa sensación que se lleva tu vida como un virus contamina poco a poco tu alma.
Duele.
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jueves, 12 de junio de 2014
Esa sensación
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