Escribir es hacerme tinta,
dejarme fluir,
ser y estar
en una hoja de papel.
Un mundo solo mio;
refugio en blanco
al que acudir siempre
para combatir el estío.
Salpicar el vacío de alma,
y dejarlo todo perdido de mí,
de mi mala costumbre
por esconderme tras hojas,
y hablar a la nada,
en una continua reflexión conmigo misma.
Soy esto:
palabras.
Cuadernos repletos de palabras,
de historias,
mis vidas de gato negro
maullando sueños equívocos.
Hay dibujos que son grietas
hacía mi oscuridad,
garabatos que son lágrimas,
y sílabas que son estaciones,
de tren,
de metro,
de inviernos que se van y vienen,
tempestades que vuelven
y primaveras que renacen de sus cenizas.
Entre punto y coma
tengo guardada una sonrisa
para que nadie la rompa,
la tache,
la arrugue,
ni la tire a ninguna basura.
Esta ahí,
disfrazada de negro,
como siempre,
con un boli entre los dientes
y una coraza de poemas.
Escribe a los huesos de un pasado,
las ruinas del ayer que fue fracaso,
a las deudas mudas,
y el caos que se cuela entre sus manos.
Me lleva el viento,
pero no el olvido.
Lo que se escribe perdura,
y mientras así sea,
seré inmortal.
Un alma de tinta
sobre la infinitud de un folio en blanco.
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