Resuenan los gritos en las paredes haciendo temblar los cimientos de lo que hasta hoy había sido solido. Nadie sabe que pasará, los espectadores contienen el aliento, y el silencio corta el aire, gélido. Retumban los portazos que hacen eco con la furia del enfado, la paciencia se fuga por lo huecos vacíos de la desesperación. Se agota la esperanza, termina ya, o no. Nadie sabe si habrá final.
Aquí estoy yo, en medio de un huracán de reproches contenidos, respirando palabras dolientes, callando bajo la oscuridad de la espera. Una vez más, resguardándome en cada sílaba escrita, y como no, escribiendo. Garabateando palabras a una pantalla que nunca entenderá su verdadero significado, a unos ojos que nunca conocerán la historia. Acurrucada en un rincón de mi habitación, con la mínima iluminación de un lámpara y la soledad cubriéndome las espaldas, escribo.
Apesar de la hermeticidad del cubo, por las cuatro paredes se cuelan puñales y navajas, que van haciendo gritas y rallando la pintura, que antes tan bonita adornaba todo. Se va perdiendo la alegría, se deshace el color.
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