Como siempre, los disparos más vivos
llevan la muerte en los talones.
Basta con que vuelen al aire
de cualquier corazón, abdomen o cabeza,
para arrancar una sonrisa a la tristeza,
que ya se proclama vencedora de los miedos,
y bebe derrotas en copa de oro.
A las victorias de esa mujer de luto,
se le suman mis derrotas en el bolso.
Todas ellas,
las que tienen tu nombre cosido en la piel,
aquellas sin billete de vuelta,
derrotas sin escudo y poca estrategia,
con precipicios sobre papel,
y anestesias sabor a olvido.
Como siempre, la vida es una moneda
con la muerte en reverso.
Basta con jugársela a cara o cruz
para saber que toque lo que toque,
siempre perderemos algo,
por muy pequeño,
insignificante,
y transparente que sea.
Nos gusta acumularla en la cartera,
como si la plata diera la felicidad
o fuera anfitrión de su frontera.
Así es como vamos perdiendo aún más
que jugando con ella.
Cara o cruz se rebelan
siendo cara de la misma moneda,
y ahí es cuando llega el disparo,
que como siempre hace sonreír a la tristeza,
que se ríe de nuestra derrotas,
y comienza a ondear bandera.
Es entonces cuando estamos más vivos,
cuando sentimos el abismo a los pies,
y caemos,
lloramos,
escribimos.
En cada catástrofe
vivimos,
y es que a los disparos
les suele florecer primavera.
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