"No es que no te quiera-
le dijo la luna al sol-
es que si me arrimo más
me quemo."
Por eso la luna lucía pálida y triste de noche,
y el sol alumbraba el mundo de día.
Los dos amantes a penas se veían
porque si juntos estaban,
uno de los dos moría.
Separados vivían,
muy a su pesar,
y soñadores esperaban
unos segundos de eclipse lunar.
Un día una nube vaporosa echo a volar,
y llego tan alto que a la luna fue a visitar.
Esta dama blanca un mensaje le susurro
para que guiada por las estrellas fuera a entregar al sol.
La carta a su destino llegó,
y casi fue quemada por los rayos,
que gran manazas el sol.
Comenzaban así los versos de amor:
"En la distancia no te olvido,
y aun en el olvido estoy contigo
aunque no estoy.
No temas por mi silencio,
por la palidez de mi dolor,
en la tristeza a veces me escondo,
y cuando muero, renazco,
y vuelvo a ser como soy.
Mi vida sigue un ciclo,
viene y vuelve cuando cuando me voy.
Cuando vivo apagada tú me das brillo,
y la distancia no separa nuestro corazón.
No necesito escuchar el bramido de tu fuego,
no necesito palabras de pasión,
tu calor ya me ha tocado;
ahora solo te pido que demuestres ese amor,
que seas sincero en tus días
y no me olvides sin compasión.
Habrá muchas estrellas,
más o menos brillantes,
que necesiten tu energía
y beban de tu vitalidad,
para calentar sus débiles cuerpos
de tu ardiente fogosidad.
Ninguna estrella te amara como yo lo hago,
muerta y viva sin remediar;
que más quiera yo que dejar atrás todo sentimiento
que me duele como el amor mata,
asesino del alma,
te quita la vida y te la da."
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