Tercer acto.
Sonríe, sin explicación, la chica de blanco sonríe y las comisuras de sus labios se arrugan con gracia. Así esta más guapa, o al menos, parece más feliz. A veces estas cosas ocurren, cosas como las de asociar la belleza a la felicidad y la fealdad a la tristeza. Pero ella era bella, y los instantes que sonreía parecía completa, eso: feliz.
Nadie sabía porque lo hacía ya que el fondo oscuro no le daba motivos para regalar una sonrisa tan blanca.
Lo cierto es que un recuerdo se le había cruzado por la mente, y como si fuera una estrella fugaz le había iluminado el alma. Era un recuerdo en honor al amor; cabe recalcar que era amor verdadero, no de esos que se encuentra en cualquier mercadillo de la calle Discoteca. Con él la chica de blanco había logrado ver el fondo de color rosa, y como si el mundo se tratara de un bola de algodón dulce había querido comérselo.
A veces le pasaba. Iba por ahí sola y con su música, y sin aviso le bombardeaba un recuerdo como aquel. Sonreía y algo le pinchaba el corazón, como si todavía doliese que eso fuera pasado. Pero no se detenía, subía el volumen de la música y seguía su camino fingiendo saber a donde iba.
Algo parecido le ocurre a la chica de negro sobre fondo blanco, pero ella no sonríe con la misma luz. Su sonrisa, si es que esa mueca torcida merece el nombre, esta torturada por el dolor. A veces los recuerdos bellos son como balas, y la chica de negro no viste corazón blindado. La pena se le condensa en los ojos, y llueve, porque sino le explota el alma y no conviene manchar las paredes blancas de tanto negro.
La chica de negro sube volumen de la música pero su mente grita aún más alto y ya lleva demasiado tiempo con dolor de cabeza. Entonces se encuentran las dos, las coordenadas son idóneas. Se produce el eclipse lunar y se abrazan, porque el color no hace la diferencia. Las dos están rotas por la misma bala pero con cicatrices diferentes. La chica de blanco a aprendido a afrontar el dolor con sonrisas y futuro, pero la chica de negro sobre fondo blanco se remonta al sufrimiento porque vive el pasado como si fuera el presente. La música las acompaña a las dos, porque es un lenguaje que une.
Así que se abrazan.
Llueven estrellas fugaces.
Pero ya no importa.
La sonrisa se ha fundido con las lagrimas y solo han quedado recuerdos.
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