Tercer acto.
Nadie sabía porque lo hacía ya que el fondo oscuro no le daba motivos para regalar una sonrisa tan blanca.
A veces le pasaba. Iba por ahí sola y con su música, y sin aviso le bombardeaba un recuerdo como aquel. Sonreía y algo le pinchaba el corazón, como si todavía doliese que eso fuera pasado. Pero no se detenía, subía el volumen de la música y seguía su camino fingiendo saber a donde iba.
La chica de negro sube volumen de la música pero su mente grita aún más alto y ya lleva demasiado tiempo con dolor de cabeza. Entonces se encuentran las dos, las coordenadas son idóneas. Se produce el eclipse lunar y se abrazan, porque el color no hace la diferencia. Las dos están rotas por la misma bala pero con cicatrices diferentes. La chica de blanco a aprendido a afrontar el dolor con sonrisas y futuro, pero la chica de negro sobre fondo blanco se remonta al sufrimiento porque vive el pasado como si fuera el presente. La música las acompaña a las dos, porque es un lenguaje que une.
Así que se abrazan.
Llueven estrellas fugaces.
Pero ya no importa.
La sonrisa se ha fundido con las lagrimas y solo han quedado recuerdos.
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