A veces, durante lo que parecen horas, la calle se queda vacía, en un silencio roto por la falta de gente en sus aceras y coches circulando. Parece ser una premonición de lo que viene, o tal vez, de lo que ya hemos perdido. Y es que poco a poco, vamos destrozando todo: la tierra, los oceanos, a nosotros mismos; y lo hacemos sumidos en un silencio complice, de esos que guardan secretos oscuros...
No queremos saber, y fingimos no hacerlo. Tiramos las colillas que preden fuego, arrojamos plásticos a los mares que ya hacen islas con él, enterramos venenos, ponemos bombas, respiramos nicotina y cortamos el verde porque nos gustan más los ladrillos.
La calle esta vacía. Mutismo. Pero no te equivoques, nadie se ha ido, siguen ahí, en alguna parte, en algún lugar. Dentro de sus casas, en el trabajo, o escuchando misa en alguna iglesia. Fingiendo que no pasa nada, que podemos crear sin destruir, y que esto que hoy es nuestro no nos lo arrebataran mañana.
Y si es cierto que todo tiene su causa y si efecto, que el karma es ley, y que todo vuelve; un día -puede que no ande muy lejos- el hombre perderá todo con los ojos abiertos y no podrá llorar lo que no quiso ver, porque ya no le quedará más tiempo.
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