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domingo, 12 de octubre de 2014

Exiquisita soledad

Tal vez no debiera escribir ahora, pues mi deber en este preciso momento conlleva apuntes y sinpuntes de datos y discordancias. Pero me he rendido al tedio de sus líneas,  al sinfín de sus saberes y rebosando de ellos, mi mente, voluble e indisciplinada, sueña. No puedo evitar soñar, así como la tierra no puede parar de girar. Es mi función mas primaria, tan arraigada en cada célula de mi sangre, que mis glóbulos no son rojos, sino sueños.

A través de la ventana se cuela el sol en mi morada, y me alumbra sin empapar las paredes de blancura impoluta. Todo parece deshecho y ha contrarreloj,  pero no por el tiempo que marcan estas agujas, sino por los objetos que me rodean. Todo desordenado de manera tan despreocupada que parece ser un recuerdo eterno guardado en un baúl,  como un fotografía en blanco y negro. Los libros descansan abiertos por todas partes, en el suelo, sobre la cama, en la estantería, el escritorio y mi regazo. Estoy cansada de ellos, de sus mapas y sus números,  sus historias y sus hazañas. En un lado del escritorio, un foco divino proyectando sus ganas sobre mi. Yo, sentada en cursiva sobre la silla, recogida en mi mano derecha y la pluma que sostiene, escribo, antes de que lo soñado se evapore. Porque la inspiración es un viajero que nunca para en nuestro hostal por mucho tiempo, y cuando llega, hay que tratarla como una reina y saciar la curiosidad o esas hambre de pasión que tan bien nos contenta. Así que yo la trazo, de variopintas maneras y sabores, y hago de ella arte tan palpable, que ya es un mundo.

En ese momento de liberación en el cual mi alma extiende todo su ser en la blancura sin limites de mis páginas, esa caja casi mágica de vidas en pantallas, avisa sin educación la llegada de un mensaje. Y no le importa romper mi paz, o desconectar mi mente de su mundo sin permiso y con maldad. A el teléfono no le importa lo más mínimo molestar. Disfraza su reclamación de simpatía y tapiza su pecado. Yo, adicta a su teclado y el universo que contiene lo disculpo, sin rencores ni regaños.
Leo el mensaje, y todos los que le preceden. Hay suficientes como para que mis dedos los bailen a ritmo veloz por el teclado y contesten a cada uno sin vacilación,  como si fuese premeditado todo lo que escriben.

Se ansía mi espíritu en cada letra, mientras el reloj avanza sin pausa, jugando a hacer carreras.
Suena la música de violines y pianos dulces de fondo. Se filtran las notas en mis oídos, adormilando mis sentidos, relajando mi ser, que se ha rendido a la pureza de un folio blanco. Solo yo, en mi más exquisita soledad, escribo.

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